31-07-2025 Ignacio de Loyola, presbítero, PATRÓN de la Diócesis de Bilbao
22/07/2025

Homilía: Ordenación presbiteral de Juan Medina


Ordenación sacerdotal de Juan Medina Naranjo
Sta Iglesia Catedral,  Sabado 19 de Julio de 2025

Excmo. Sr. Obispo Auxiliar; Excmo. Cabildo Catedral; Rector del Seminario y Formadores; Rectores del Seminario de Tenerife y de la Habana; Profesores del Istic, seminaristas hermanos sacerdotes, religiosos/as; Vicerrector y compañeros de Juan del Colegio Español de Roma, Párroco y feligreses de la Parroquia de Santa María del Pino de Las Palmas de Gran Canaria donde Juan dio sus primeros pasos como cristiano; familiares y amigos de Juan, queridos todos en el Señor.


Hoy es un día de profunda alegría para nuestra Iglesia. El cielo se une a la tierra para celebrar un don extraordinario: la ordenación sacerdotal de nuestro hermano Juan. En este día solemne, Dios mismo actúa en medio de su Iglesia, consagrando a Juan como sacerdote de Cristo, pastor del rebaño y servidor de la esperanza para que sea configurado de un modo especial con Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.


Hoy querido Juan das un paso definitivo, un “sí” total a Dios que te ha ido preparando, formando y guiando hasta este momento. No llegas aquí por tu propia iniciativa, sino porque Dios te ha llamado por tu nombre. Tú has escuchado esa llamada. No la buscaste como una ambición humana, sino que respondiste a una Voz más grande que tú, que te ha acompañado desde el silencio de la oración hasta la voz de la Iglesia que hoy confirma tu llamada y te dice: sí, eres llamado. Y por la imposición de las manos del Obispo y con una renovada efusión del Espíritu Santo, te convertirás en sacerdote. A través de la imposición de manos y la invocación del Espíritu Santo, serás enviado por Cristo, como hizo con sus discípulos, a anunciar la Buena noticia


1. Servidor del Pueblo de Dios
Y has sido llamado para servir al pueblo de Dios El sacerdote es hombre de Dios y hombre para los demás. Estás llamado a estar con Cristo, a vivir en comunión con Él, a dejar que tu vida sea transformada por la gracia del Espíritu. Pero también estás llamado a estar con el pueblo, a caminar con él, a sufrir con él, a servirlo con amor incansable. 


Como hemos escuchado en el Evangelio, también el Señor se dirige a ti y te dice “yo estoy entre vosotros como el que sirve” y como los discípulos serás consagrado no para tener poder, sino para servir. Como Jesús lavó los pies a sus discípulos, así tú deberás inclinarte ante el dolor humano, ante la soledad del anciano, la confusión del joven, la angustia del enfermo, la búsqueda del pecador. No serás sacerdote para ti mismo, sino para que Cristo viva en ti y a través de ti alcance a su pueblo.
El Papa Francisco nos recordaba que el pastor debe tener “olor a oveja”. Eso significa cercanía, ternura, presencia concreta. No podrás ser sacerdote desde lejos, ni desde un escritorio. Tendrás que salir, escuchar, acompañar. A veces no sabrás qué decir, y eso también será gracia, porque el silencio compasivo muchas veces habla más que los discursos.


Como afirmaba el papa León XIV en la ordenación de sacerdotes en el jubileo de los sacerdotes en Roma “Sean cercanos a su grey, donen su tiempo y sus energías a todos, sin escatimarse, sin hacer diferencias, como nos enseñan el costado abierto del Crucificado y el ejemplo de los santos. Y a este propósito, recuerden que la Iglesia, en su historia milenaria, ha tenido —y tiene todavía hoy— figuras maravillosas de santidad sacerdotal: interésense por sus historias, estudien sus vidas y sus obras, imiten sus virtudes, déjense encender por su celo e invoquen con frecuencia y con insistencia su intercesión” . 
Por tanto, no recibes el sacramento del Orden para que tu nombre crezca, sino para que el Nombre de Cristo sea anunciado, amado y adorado. Serás sacerdote para los niños que aún no saben rezar, para los ancianos que necesitan consuelo, para los esposos que luchan por amar, para los pobres que no tienen voz, para los pecadores que buscan misericordia. Es decir el Señor te llama para ser memoria viva del amor que se entrega sin medida, de tal forma que si no sirve, no sirve. 


A su vez, debes tener claro que el pueblo al que servirás no espera de ti perfección, sino cercanía. Tendrás que caminar con ellos, reír con ellos, llorar con ellos. A veces ellos te llevarán a Dios; otras veces tú los llevarás a Él. Como pastor, no vas delante para dominar ni detrás para observar, sino en medio, como hermano, como padre, como amigo del alma y no te olvides nunca que: Un sacerdote que no escucha, no podrá hablar al corazón. Un sacerdote que no se arrodilla, no podrá levantar a los caídos. El sacerdote no debe esperar detrás de las puertas de un templo. Cristo camina. El sacerdote también debe caminar. Hacia los alejados, los heridos, los rotos, los olvidados.


Es este mensaje el que el papa León XIV les trasladaba a los ordenandos de la Diócesis de Roma en la homilía de ordenación donde afirmaba: “Como Jesús, las personas que el Padre pone en su camino son de carne y hueso. A ellas conságrense, sin separarse, sin aislarse, sin convertir el don recibido en una especie de privilegio. El Papa Francisco nos ha advertido muchas veces contra esto, porque la autorreferencialidad apaga el fuego de la misión” .


2. Hombre de la Eucaristía y de la misericordia
El servicio primordial al pueblo lo realizarás a través de la Eucaristía. El evangelio nos introduce de la mano de Jesús y en compañía de los apóstoles en el mayor misterio que se ha dado sobre la tierra: el sacrificio de Cristo en la Eucaristía. No hay nada más grande que tomar el pan y el vino en tus manos, invocar al Espíritu y repetir las palabras del Señor: “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes”. Tú vas a celebrar este misterio y debes tener presente que cada vez que celebres la Misa tú también estás llamado a entregarte, a ser pan partido, sangre derramada por amor.


Hoy tus manos serán ungidas, porque tocarán lo más santo: el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Que nunca se enfríe tu amor por la Eucaristía, ni se haga rutina el misterio. Cada vez que digas “Esto es mi Cuerpo”, recuerda que también es el tuyo el que debe entregarse; cada vez que digas “Esta es mi Sangre”, recuerda que tú también debes derramar tu vida por amor que cada día debes desaparecer para que Cristo aparezca. Cada día debes dejarte consumir por amor.”


Profundizar en este misterio nos muestra que el sacerdote no es un gestor de lo sagrado ni un funcionario del culto, sino un testigo de esperanza que lleva la luz de Cristo a los confines de la noche humana. Esta misión reclama una espiritualidad profunda, centrada en la cruz, la oración y la adoración y sobre todo hay que tener presente que el mundo no necesita sacerdotes “perfectos”, sino hombres transformados por la misericordia, capaces de entrar en el dolor del otro sin miedo.
Jesús Resucitado nos muestra sus heridas y, aunque son signo del rechazo por parte de la humanidad, nos perdona y nos envía. ¡No lo olvidemos! Él sopla también hoy sobre ti (cf. Jn 20,22) y te hace ministro de esperanza, de perdón y misericordia. De modo que ya no miramos a nadie según criterios humanos (Cf. 2 Cor 5,16): todo lo que ante nuestros ojos aparece roto y perdido se nos presenta ahora bajo el signo de la reconciliación. Ahora con Pablo podrás decir a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. (2 Cor 5,20)


3. Una vida entregada consagrada a Dios
Por último, me gustaría destacar la consagración a Dios que implica el sacramento del orden. Desde ahora, sólo Él debe ser el que dirija tu vida. Tu vida ya no te pertenece, sino que viene introducida como la de los apóstoles en el misterio de ser testigos del amor de Dios. 


Es esto lo que recoge litúrgicamente la imposición de manos por parte del obispo.  Es la mano de Cristo la que se posa sobre ti adquiriéndote como “propiedad exclusivamente suya”.  De esta forma podemos decir que expresa “el secuestro” que Cristo hace de tu persona por pura gracia y misericordia:  ya no vives para ti mismo, sino que tu vida es para el Señor, para ser siervo de Cristo. Es decir, por la imposición de manos Jesucristo tomará posesión de ti, diciéndote: “Tú me perteneces”.  “Tú estás bajo la protección de mis manos. Tú estás bajo la protección de mi corazón. Tú quedas custodiado en el hueco de mis manos Permanece en el hueco de mis manos y dame las tuyas”. Es verdad que habrá días de cansancio, de desánimo, de aparente soledad. Pero no temas: Cristo estará contigo siempre. 


Ya nadie ni nada te podrá quitar, ni tú mismo tampoco, lo que hace Dios en ti. El Señor te configura más con Él para que participes de su ser sacerdotal que no es sólo envío para trabajar, sino transformación de tu ser. 
Y esa pertenencia a Dios la manifestamos y la vivimos especialmente mediante el celibato con el que experimentamos cada día que Cristo está resucitado, mostramos que las puertas del cielo están abiertas, que esta vida terrena es pasajera y que, como afirmaba San Ambrosio en el Tratado sobre  los Misterios (52-54) mostramos al mundo que el poder de la gracia es mayor que el de la naturaleza, afirmando cada día con Santa Teresa, “sólo Dios basta”.  “El celibato no es negación del amor, sino expresión suprema de una libertad que ama sin poseer y que sirve sin exigir.”


Al mismo tiempo ese ser propiedad de Dios te llevará cada día a celebrar la liturgia de las horas, que nos proporcionará vivir la intimidad con el Señor que exige nuestra consagración y nos facilitará ejercer nuestro ministerio de intercesión por toda la Iglesia y la humanidad. 


En definitiva, ser consagrado es unirse a Jesús de una manera tan profunda como para poder decir con san Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Ga 2,20). Y esta “vida en Cristo” es precisamente lo que garantizará la eficacia apostólica y la fecundidad de nuestro servicio. No será la creatividad pastoral o las planificaciones lo que asegurarán los frutos, sino la intimidad con Jesús, Y sabemos muy bien lo que eso significa: contemplarlo, adorarlo y abrazarlo especialmente a través de nuestra fidelidad a la vida de oración, en nuestro encuentro cotidiano con Él en la Eucaristía y en las personas más necesitadas. El sacerdote no se mide por su éxito, sino por su fidelidad. En la cruz del sacerdote se esconde la mayor fecundidad espiritual. Cuando no veas frutos, Él los verá. Cuando no sientas fuerzas, Él será tu fuerza. 


Es decir, ten siempre presente que esta ordenación te da una gracia que te abre de par en par las puertas para vivir una vida de amor y de servicio. No escatimes en darte sin reserva por la causa del evangelio, sabiendo que al que tiene se le dará y al que no tiene lo poco que tiene se le quitará. Y como afirmaba san Josemaría, has recibido el Sacramento del Orden para ser, nada más y nada menos, sacerdotes-sacerdotes, sacerdotes cien por cien. 


 Te encomendamos a la Virgen María Nuestra Señora del Pino, sabiendo que como buena Madre te ayudará en tu nueva vida, te cuidará en el camino y sobre todo te invitará con todos a comer de ese único puchero, como decía San Josemaría, que es la santidad. Que así sea.

 

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1    Homilía LEÓN XIV, Misa jubileo sacerdotes y ordenación, 27 de junio de 2025

2    Homilía LEÓN XIV, Misa de ordenación para la Diócesis de Roma, 31 de Mayo 2025

3    San Josemaría Escrivá de Balaguer, Homilía Sacerdote para la eternidad, 13-IV- 1973.

 

 

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